Acercándose desde la carretera aparece Cachiyuyo como un milagro de vida en el desierto. Un lugar invisible para los vehículos que transitan día y noche a su lado en la ruta que une Chile. Ingresar a él es un viaje al pasado, o a un presente que avanza tranquilo y sin apuro. Letras de madera te avisan que llegaste y que no es más que eso: toda la magia ocurre en una calle, y unas cuantas casas.
A pasos y muy bien cuidado, está el teléfono público que hizo que el año 89’ el pueblo se hiciera conocido de norte a sur, cuando CTC lanzó una campaña publicitaria que mostraba el paso a la conectividad que daba el país. Más allá una decena de niños están reunidos bajo una carpa para no más de 25 personas, menos del 10% de su población, que cumple la función de hacerles sentir bajo una sombra en donde el calor sigue manteniéndose en los 29°c. Hombres se ven muy pocos, mientras algunas mujeres se acercan y se hacen parte de una ceremonia a la que todos están invitados.
En el fondo un cartel que dice “Agua para Atacama” les da la bienvenida. Podría tratarse de muchas cosas, el agua es el tema de la zona. Dentro del jardín infantil el panorama es distinto, son ellos quienes reciben al resto con un proyecto que vienen trabajando hace meses. A las tías se les ve apuradas, terminando el cóctel, encaramando mesas pequeñas sobre sillas de niños para así obtener mesones a la altura de los invitados. El amor puesto en ese espacio, te presenta en sus paredes a quienes todas las mañanas lo habitan. Samantha, Vicente, Manuel, Angélica, son los nombres que se leen en vasitos, toallitas y juguetes.
Con sus poleras blancas y sonrisas aparecen “los tíos”, como a estas alturas los llaman. Se trata de Héctor, Alberto y Carlos, quienes pensaron nuevamente en Cachiyuyo para instalar Freshwater, y demostrar que los grandes cambios deben partir junto a quienes más lo necesitan. Una máquina que saca agua del aire, es como mejor se explica el invento al que le han dado vida durante el último tiempo, cuyo primer prototipo se instalará en “Jardín Infantil Las motitas del desierto”.
“Agua del aire” no es una frase que se entienda a la primera, pero es así. Freshwater simula el ciclo natural del agua, donde se captura el agua de la humedad del aire, se forma una nube por condensación y llueve. Una tecnología de uso militar de muy alto costo que hoy quiere transformarse en un electrodoméstico más en un olvidado rincón del país.
El agua para Cachiyuyo viene del pozo. Un pozo que tiene vida y que es un personaje más dentro de los habitantes. Un superhéroe que cuando llegó los salvó de la sacrificada rutina de almacenar agua en tambores, pero que con el tiempo ha ido envejeciendo con ellos y nadie sabe cuándo dejará de existir. Hoy es un antagonista que pareciera tener capturada y prisionera un agua que es de todos. Mientras hablan con cariño del “agüita” que hay que cuidar, aparece la figura del “pozo” que en cualquier minuto la puede cortar.
Nilda Soto, comerciante y Dirigente del Comité de Agua, está sentada. Cerca está la paramédico Edith Godoy y de pie Florinda Flores, orgullosa con su traje azul que la caracteriza como la encargada del jardín. Las tres criadas allí, enamoradas de Cachiyuyo y con luchas anónimas de sacrificio. Escuchan atentas, mientras adelante hablan la diputada Yasna Provoste, el alcalde de Vallenar Cristián Tapia y otras autoridades.
El agua para Cachiyuyo es algo trivial. Pese al revuelo que les causa tener visitas tan ilustres las palabras de todos se vuelven igual a las de siempre, y haciendo el contraste con la formalidad una señora apurada sale del negocio con helados para los más pequeñitos. Nilda más tarde cuenta que ellos buscan formas de refrescarse sin que jamás se le pase por la mente jugar a las bombitas, llenar una piscina, manguerearse o darse largas duchas. Ahí todos se alarman cuando un poco de agua cae. “El pozo se va a secar” se repite desde la infancia a la vejez. Nadie puede ser sorprendido lavando un auto o regando a pleno día, y saben que hay multas severas para quienes lo intenten.
El agua para Cachiyuyo es el sabor de la costumbre. Edith, la paramédico, toda la vida ha tomado agua directamente de las cañerías. Es un agua de gusto salado y denso. Nos cuenta que ella está acostumbrada, aunque todos la encuentran muy mala. Probó la nueva agua y no se resistió a la diferencia. Cuando piensa en los niños recuerda que su infancia fue distinta. “En esos tiempos había más agua. Nosotros hacíamos un hoyo, poníamos un nylon y ahí nos bañábamos”.
El agua para Cachiyuyo es esperanza. Era tiempo de probar la máquina y mientras todos los niños corrían, saltaban y llenaban sus vasos, Florinda miraba emocionada. Hace 25 años que trabaja en el jardín, nunca pudo tener hijos y los niños que cuida son su consuelo. Es la primera que les enseña la importancia de cuidar el agua y ahora mismo lo hace con un video que los “tíos” le trajeron.
Freshwater pasa por un proceso de filtración, purificación y esterilización con la que se obtienen entre 9 y 28 litros de agua al día. No contiene sodio, fluoruro, minerales pesados, químicos ni conservantes. Ideal para los niños.
Florinda no está emocionada sólo porque el “Rincón Saludable” del jardín, donde había un bidón vacío, por fin verá vasos llenos. También lo está porque porque ella ha sido una más del proyecto. Es quien semanas previas a su lanzamiento, ha monitoreado su uso y le ha dado el mismo cuidado que a sus “guaguas”. Se ríe al recordar que partieron con una pobreza extrema, trabajando bajo una ramada abandonada, y que ahora son el piloto de un proyecto de alcance global.
El agua para Cachiyuyo es una meta. La ceremonia culminó con todos alzando sus vasos de Freshwater y haciendo un salud. Agua prístina para Cachiyuyo. Un pueblo que una tarde de primavera dejó de ser olvidado y que tiene una alegría más para que sus habitantes sigan sintiéndose orgullosos de mantenerlo en pie.